PIRQUINERO DE LA MEMORIA:

Hay hombres que abren caminos y ensanchan la ruta. Luego otros intentan transitar por esa misma senda. Son como un gran faro, cuya luz, aguda y sutil, guía nuestros pasos. La generosidad definió su actuar, la perseverancia fue su huella indeleble y la tenacidad el cordel del que nunca dejó de jalar. Por eso, nuestro acervo cultural logra mayor espesor y la reserva moral se adensa con ciudadanos ilustres como él.

Al momento de la conversación cotidiana, del diálogo amoroso y cercano, agradecemos sus preclaras admoniciones y advertencias, los errores que como comunidad no nos podemos permitir repetir, ya que, si algo enseña la historia, es mostrar los yerros, las sombras, las penumbras. En ocasiones le escuchamos decir que su trabajo fue entregar “antecedentes”, para que otros pirquineros de la memoria profundicen en procesos, hitos o personajes, planteándolo sin ambages ni rodeos, menos aún circunloquios, porque lo de él era directo al grano.

Si pudiésemos construiríamos una gran atalaya en la Cuesta Lastarria y lo dejaríamos a él por siempre a cargo de avisarnos los peligros que como comunidad podemos sufrir. Así, desde el ondulado valle, observaremos su báculo, firme y radiante, y estaremos tranquilos, navegando plácidos por el “invisible mar”, porque nuestro Abraham seguirá ahí, abrazando crepúsculos, contemplando campos floridos y dibujando figuras en la nieve.